La música es el idioma universal por excelencia, es el medio de
comunicación a través de los sonidos, y como todo idioma se lee, se
escribe y se habla. La historia de la literatura está plagada de libros
sobre música y la música, invariablemente, se nutre de historias y de
poesías, lo cual, inconscientemente, sitúa a cada disciplina en espacios
distintos: se escribe de o para la música desde un ámbito de creación concreto.
Sin embargo, son pocos quienes atraviesan ese determinismo y son
capaces de situar a ambas disciplinas en un mismo plano de creación:
escribo con música y esa relación dialéctica determina mi forma
de escritura, algo así como un artefacto que funciona como una máquina
de producir sensaciones diversas. Para que Ud. entienda de lo que estoy
hablando, realice el siguiente experimento: observe detenidamente y en
silencio una foto de su infancia y a continuación (deje pasar dos horas)
haga lo mismo pero con un disco de Ala Voronkova interpretando a Chaikovski sonando de fondo: el
efecto de la foto se potenciará y junto al recuerdo experimentará, tal
vez, felicidad, nostalgia, tristeza o alegría o todas esas sensaciones
al mismo tiempo. Sí, no es nuevo: la música es un potenciador increíble.
Lo que sí es nuevo, o cuanto menos imposible, es escribir con tinta
de música, es decir que cada línea de cada historia rezuma el ritmo y la
precisión de un acorde y que además, ese acorde, nos meta en la cabeza a
Dylan, a los Rolling Stones, a Rapahel, a King Crimson y a tantos más. Eso es exactamente lo que se experimenta al leer El surco es el alma del vinilo del experimentado y multipremiado Rafael Orihuel, un prodigio de la literatura que se sucede a lo largo de cada uno de los siete cuentos del libro.
El surco es el alma del vinilo
es, como dije, una colección de relatos pero a la vez un homenaje al
disco de vinilo, y a esa forma de la memoria que representa la música.
Tal es así que los textos se organizan como en un LP: siete narraciones en total, cuatro en la cara A y tres en la B.
Y en este sentido, cada cuento alude a una canción en concreto, de
forma que la música actúa transversalmente, como un soplo en el oído a
través de las historias que aparecen enmarcadas en distintas formas y
ámbitos: en vivo sobre un escenario, escuchada a través de los
auriculares por una enfermera en la sala de urgencias de un hospital
mientras agoniza una estrella del rock olvidada; hurgando en la memoria
al toparse en una encantadora librería inglesa con el batería de los
Stones adquiriendo un libro de floricultura; atronando a altas horas de
la madrugada desde el piso de arriba donde intentan tranquilizar con
Raphael a un niño deficiente; transitando entre el lento y el rápido en
una pista de baile, sonando solemne y cadenciosa en una ceremonia
fúnebre; susurrando emociones y planteando preguntas vitales.
Las siete historias componen un crisol permanente, un eco de silencio
en medio del grito y la música, puesto que, de alguna forma, todos las
historias hablan de las distintas formas de soledad que son una y
siempre están, aunque nos esforcemos, en el centro de nuestra cabeza
para recordarnos que la música es la mejor compañía del hombre. Lo
dicho: una máquina perfecta destinada a convertirse en un
clásico que como aquella foto de nuestra infancia es capaz de
movilizarnos profundamente, mientras suena un vinillo olvidado al compás
de una historia llena de música.
[Reseña de EL SURCO ES EL ALMA DEL VINILO publicada en Falsaria, 23 de marzo de 2015]